La crónica de Litoral campeón de Paraná Campaña
La vida te da revancha. Siempre. Y el fútbol no queda exento de esa máxima que regula la historia de la humanidad, simple y llanamente porque el fútbol es uno de los motores de nuestro corazón. Responsable absoluto de nuestras tristezas y sonrisas. Culpable y desencadenante de llantos de dolor y alegría. Administrador universal de sentimientos extremos. Y esta vez, la vida -después de toda una historia institucional colmada de sinsabores- y también el fútbol le dieron revancha al Pueblo de Litoral.
Después de la resonante victoria en Cerrito, frente a un rival que se creía superior en plantel y que jugaba con el historial a favor de finales entre sí, la gente del Blanco fue cauta en trazar un vaticinio respecto de su futuro pero igual se ilusionó, como lo hace siempre, con encontrar la gloria suprema en el partido de vuelta.
De camino al estadio noté una ciudad diferente. Adornada. Expectante. Las plazas, las casas, los autos, los árboles, todos querían ser parte de la fiesta final del fútbol y de lo que podía ser la consagración de Litoral por primera vez. Llegué temprano a la cancha, como lo hago siempre. A hora y media del partido el Beto Maín explotaba de fieles. Esos devotos que están en las buenas y en las malas y que han catapultado a esta hinchada como una de las más convocantes del deporte local llegaron a la cita final con una mezcla de genuina alegría y ansiedad desorbitada. Caminaban, se miraban entre sí. No decidían donde instalarse para quizás esperar por los 90 minutos más importantes de sus vidas. Sonreían, volvían a moverse y respiraban hondo. La mayoría de esos miles antes de que el horario pautado del partido dicte sentencia final se detuvieron frente al alambrado perimetral del estadio. Colocaban sus manos sobre la cabeza y apoyados sobre el tejido, se quedaban perpetuos. Como buscando en el verde césped todavía vacío de esperanza una respuesta o tal vez un guiño del destino que les garantice que esta vez estaría todo bien y que finalmente se les daría lo que tanto anhelaban desde hace una vida.
Me instalé en el rincón periodístico que el tiempo y la trayectoria me han hecho creer que es mío, aunque sé que no lo es y me quedé observándolos. Me detuve en el tiempo y recorrí en mi mente los últimos años de un club que volvía a una final para encontrarle cierta concordancia o lógica con este presente que le tocaba vivir ahora.
En un puñado resumido de historia se puede decir que Litoral había equivocado los caminos. Que muchas veces estuvo por la senda correcta pero al final se desviaba. Faltaba no sólo un poco de suerte que siempre es necesaria (aunque responsabilizar sólo el azar es de mediocres), sino más bien madurez dirigencial para consolidar todo el trabajo que la entidad ha hecho a lo largo de los últimos años. La final del ’88 se perdió por penales en tercer partido frente al rival de turno pero ya quedó lejos de cualquier análisis significativo para esta realidad. Las otras dos –la de 2004 y 2005- se perdieron en la cancha donde los rivales siempre fueron superiores y definieron de local (Otra vez Cerrito y Sarmiento los verdugos respectivamente).
Y a partir de ese año se produjo el quiebre de la institución. Hubo errores en estas campañas que tuvieron a Omar Werner como abanderado (las primeras dos como jugador y la tercera como técnico). Pero desaciertos que eran subsanables con el paso del tiempo. Con la madurez lógica de jugadores y dirigentes que no supieron convivir y terminaron sucumbiendo frente a la incongruencia institucional que los llevó al derrumbe. El único DT que por personalidad, capacidad y compromiso podía sacar campeón a Litoral se iba del club cansado y con poco apoyo político. La entidad no trazó proyectos a largo plazo e invirtió mucho y obtuvo pocos resultados. Pasaron infinidades de técnicos y jugadores foráneos que no vale la pena ni nombrarlos. Campañas paupérrimas que sólo quedan en los rincones oscuros del alma del hincha del Blanco.
En 2013, con la vuelta de Werner y la confección de un plantel que insinuó haber recuperado la identidad que la gente de Litoral se merecía, el club se encaminaba a su rehabilitación. Pero la no clasificación a la segunda ronda (después de una aceptable campaña) llevó a la entidad a una elección histórica para definir quién manejaría los destinos del fútbol. Otra vez el club sangraba desde adentro. Y quedaba poco margen para pensar que había un plan estratégico de maniobra. Sin embargo, se produjo otro quiebre. Con diálogo y participación los dirigentes que habían ganado las elecciones se acercaron a tratar de convencer a Yiyo Werner que debía ser él el DT que comandara el equipo de Primera División. Hubo reproches, críticas y renuncias de varios de los que no apoyaban (o pensaban que era otro inminente fracaso como del que habían sido parte en los últimos años) este proyecto. Ahí Litoral volvió a renacer. Yiyo aceptó el desafío y con un grupo minoritario de gente pero muy comprometida con los lineamientos del proyecto, el club fue un ejemplo en trabajo y esfuerzo toda la temporada. Un Werner más maduro, con la experiencia del campeonato logrado en Tabossi en 2011, fue el conductor emblemático de este plantel. Apostó a la promoción de jugadores de inferiores y otros juveniles de la localidad. Trajo refuerzos `externos´ poco conocidos pero de alto rendimiento y encontró en la experiencia de pilares claves de la estructura de equipo el balance necesario para llegar a esta final y que la historia sea diferente.
Litoral tejió su primer título apoyado primero en el compromiso dirigencial de defender un proyecto trazado por su icono de referencia histórica: Omar Werner. Porque este DT priorizó el grupo humano en la confección del plantel por sobre cualquier otro punto. Le dio preponderancia a los objetivos colectivos sobre los caprichismos individuales. Fue y será un líder innato a lo largo de los tiempos. Sólo él y en este contexto era capaz de lograr esto.
Poco podemos destacar del partido en sí, cuando cada uno de los hinchas y jugadores de Litoral lo tomaron como una cuenta regresiva que los lanzaba a la gloria eterna. Tal es así que se sintió la inquietud de tal magnitud en esta cita deportiva. Las imprecisiones, los nervios y los riesgos que asumió la visita hicieron que sea el partido más largo de la historia para cada hincha del Blanco. Hasta que el jugador de la final, Alan Casco, ese purrete atrevido de gambeta imprevisible que ya había dejado su sello en el partido de ida frente a toda la adversidad, se volvió a colgar de lo más alto del corazón del hincha de Litoral, clavando el uno a cero esperanzador. El gol de Racig sobre el epílogo y el pitazo final de Beligoy, que rompió el silencio de congojas en la tribuna de Cerrito, hizo estallar un nuevo grito que nacía en la tribuna local. Que recorrió la ciudad empapado de infinitas lágrimas y que perdurará por el resto de la eternidad: «Dale Campeón, dale campeón». Una melodía ardiente y penetrante que se hizo esperar demasiado tiempo y que este grupo de hombres valientes pudo componer en esta última temporada. Estos Caballeros Inmortales podrán regocijarse por el resto de sus vidas, sus hijos y nietos sabrán que lograron algo que nadie había logrado. Sacar campeón a Litoral de María Grande por primera vez. Entenderán con el tiempo que la gloria no tiene precio y que quedarán en la historia del club y de una ciudad como los artífices de algo magnánimo. Así será por el resto de los tiempos. Así será por toda la eternidad.
Por Luciano Mastaglia – Director DX3