Tamara Evelyn Zabala o Tami desde muy pequeñita no era de las gurisas que la desvelaba tener una muñeca flaca y rubia como las que adoraban la gran mayoría de las nenas de su barrio. Tampoco le llamaban la atención los juegos de cocina, pinturas y juguetes que el mercado tradicional aún trata de imponer para las mujeres.
Para seguir rompiendo el molde de lo tradicional o lo comúnmente convencional, Tamara ya de chica prefería un pantalón corto a un vestidito rosa y no había mejor regalo para ella que una pelota. Sí, una pelota como la que jugaban los vecinos del barrio, en la canchita de a la vuelta de su casa.
De muy pequeñita fue asomándose, por gusto y por iniciativa propia, entreverándose con los gurises del barrio, sumándose a juegos de pelota que solamente podían interrumpir el llamado de una mamá para la cena, o el caer la noche cerrada por la penumbra; porque el más tenue foquito podía alargar el disfrute.
El entretiempo de las extensas partidas estaba marcado por el horario de la merienda. Mate cocido, pan con dulce y a volver a jugar a la canchita del barrio el segundo tiempo de las tardes divertidas.
En sus primeras incursiones en el fútbol barrial, seguramente Tami fue relegada en la selección de los equipos definida por el “pan y queso”. Era la nena que se quería entreverar con los varones, un estorbo en la contienda de hombres. Pero poco a poco; tarde tras tarde, al caer el Sol, Tami fue gambeteando los prejuicios de sus vecinitos con habilidad maradoniana.
La nena del barrio se ganó el respeto de todos a fuerza de goles y caños a los gurises que le salían a cortar sus jugadas. Y ya le quedaba chica la canchita del barrio. Por eso, con la misma impronta que se mezcló con los gurises del barrio, se animó (a los seis años), a sumarse a la Escuela de Fútbol del Club Atlético.
Sus compañeros de equipo la trataron como un igual. El DT “Chinche” la promovió entre los titulares y no hubo torneo infantil que “la Tami” no hiciera goles o se llevara elogios de hasta “sus rivales”.
La nena gambeteadora, se asociaba con “el Sebi” (Vera) en una delantera implacable.
No había manera que esa nena tuviera otro destino que el futbolero. Pasa que Tami, en vez de “hada madrina” cuenta con un “Barrilete Cósmico” y no por casualidad su fecha de nacimiento es un 30 de octubre, al igual el “El Diego”, el Genio del Fútbol Mundial.
Con el tiempo, la nena se topó con un rival difícil de vencer. Los reglamentos de la Liga de Fútbol regional le impidieron continuar jugando con sus compañeros y su espíritu gambeteador, no encontró otra manera de esquivar la dificultad que el emigrar su talento a otra ciudad, a un poco más de 60 kilómetros del pueblo de nacimiento y su domicilio.
A los 13 años, Paraná fue su destino y el Club Palermo su cobijo de sueños futboleros. La joven Tamara ya no jugaría entre “nenes” y en la capital entrerriana encontraría un lugar en la incipiente competencia oficial del fútbol femenino.
Por años, con mucho sacrificio para completar el costo de los traslados de su pueblo a la capital provincial, supo mantener la llama encendida.
Una pandemia ensombreció todo. Luego, reactivándose de a poco, encontró un lugar para despuntar su talento en torneos amistosos con las chicas del Deportivo Sosa.
Con vientos de renovaciones institucionales, la Liga de Fútbol que años atrás le cerró las puertas, hoy se encamina a organizar el primer torneo oficial de fútbol femenino en su historia y “la Tami” encuentra una oportunidad para volver al club que le dio cobijo en su infancia sin importar que fuese niña.
Llega con su papá a la práctica, como cuando venía de gurisa al club. Con una sonrisa que le achinan los ojos, se calza los botines, salta a la cancha y dice con su tono tranquilo: “es muy lindo volver a vestir la del Rojo”.
Fuente: CAMG